Pues nada, que no puedo. Que apenas veo las primeras lucecitas y papanoeles me empieza a entrar una niebla interior que no se me despeja hasta el primer dia de colegio, o sea, hasta hoy mismo.
No tengo remedio. Detesto las fiestas obligatorias. Días y días con el ritmo partido, las escritura parada, mis pequeñas guerrilleras todos los dias detrás de mi. Me espanta la alegría a toque de corneta. Y no puedo, quisiera, ponerme un impermeable en el alma y esperar a que escampe. Me mojo. Me anochezco. No olvido a los que andan más solos que la una, a los que no están, a los que se están yendo, a los que se llevó la ola y el fuego. Lo siento, me siguen doliendo las cosas y los otros. Esas noches que tantos se dormirán deprisa para defenderse de la realidad bruta. De la noche del alma.
Pero hay que creer. Creer es mejor, hay que cerrar los ojos de adentro y dejarnos llevar por ciertas ilusiones. Hay que encontrar el equilibrio entre lograr ser feliz en algunos instantes y no ser idiota todo el tiempo. Hay que pactar con la vida sabiendo lo puta que es la vida. Así que cuando vuelvan otras fiestas obligatorias yo volveré a intentarlo. Lucharé contra esta niebla que esta mañana de hoy lunes se ha diluido. Recordaré que si no puedo con ella siempre me quedará el libro de la mesilla. La espera. La llegada del lunes corriente del amanecer.
Mis saludos,
Lidia.
