Estimado amigo epistolar y apostolar:
Le dejé a usted con la boca abierta y a cinco pasos detrás de mi contemplando el correr de mi verbo y no he dado respuesta a sus buenos deseos, ni usted ha actuado conmigo como le solicité. Recuerde.
Han corrido ya tres días, si mal no recuerdo, del calendario juliano, y no he enviado epístola de respuesta, y no porque no tuviera cosas que contarle, sino porque me he encontrado perdida, desorientada cual avecilla del paraíso en el desierto del Gobi. Hubiera enviado a un mensajero para pedirle consejo y orientación, pero preferí buscar en mi interior a ese instructor espiritual que un día me poseyó -metafóricamente hablando, que yo opto por posesiones más terrenales- pero añoré sus letras, su afilada pluna y su pelaje. Entre tanto desnudo ante la vista, añore su estrafalaria vestimenta.
Quiero que sepa, amigo mío

lo eres todavía, pero me queda muy bien esta expresión en la carta, ¿verdad?- que su recuerdo se ha alojado en mi corazón -mente es que queda peor, convendrás conmigo- y le he echado de menos.
Ahora le ruego que cinco pasos detrás de mi escuche el chorrear de mi verbo y me desee con sinceridad buenas noches, como yo, querido amigo, le deseo a usted.
Krizka Tovarich de las Rusias Lejanas.