Desde luego, el Tren de La Fresa no es en todo punto como lo fueran los trenes antiguos de máquinas de carbón y ni siquiera diesel; aquellos trenes que te ponían el traje del viaje hecho un asco de hollín o minúsculas partículas de combustible. La máquina tractora actual es sólo decoración y aunque funciona y empuja tirando de los vagones, lo hace ayudándose de una potente locomotora moderna. Sin esta locomotora moderna no podría subir el tren antiguo las exigentes rampas. Pero créanme, sea la tracción de entonces o sea la de ahora, el viaje es delicioso en aquello que aporta de cromático y romántico. Nada más necesito que mirar a los distintos pasajeros, en todas las caras encuentro ese gesto de sorpresa queda, como sabiendo que los detalles del entorno no son ajenos del todo. Hay mucha literatura que describe estos vagones de madera barnizada, y el cine también nos ha mostrado claramente cómo eran esos trenes. Sin embargo, los niños son verdaderamente los protagonistas. Ellos no se hacen la misma idea que nos produce a los mayores. En sus caras sí está la verdadera sorpresa del viaje. Ellos muestran claramente que, aunque novedoso, pronto deja de ser sorpresa y pasa a ser carca. Y es natural. Este tipo de trenes no tiene botones, ni ranuras de aire acondicionado, ni el asiento es reclinable. Es más, el traqueteo es, llegado un momento, insufrible si no estás preparado y sabes que la comodidad hay que dejarla para otro momento.
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