La Caja de Pandora

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Plug
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La Caja de Pandora

Mensaje por Plug »

En un principio, los dioses gobernaban un mundo despoblado. Vivían en el monte Olimpo, en estancias de luz y nubes. Contemplaban desde lo alto los océanos y las islas, los bosques y las montañas. Pero nada se movía en ese paisaje, pues no había aves, ni otros animales, ni personas.
Un día, Zeus, el rey de los dioses, encomendó a Prometeo y a su hermano Epimeteo la tarea de crear seres vivos. Y para ello los mandó a vivir a la tierra.
Epimeteo creó a las tortugas y les puso conchas, creó a los caballos y los adornó con crines y colas. También creó osos hormigueros y les dio unos largos hocicos y unas lenguas aún más largas; creó aves y les otorgó el don de volar. Pero, aunque Epimeteo era un buen artesano, no era ni la mitad de hábil que su hermano.
Así que Prometeo vigiló el trabajo de su hermano, y cuando terminó de crear los mamíferos y las aves, los insertos y los peces, él empezó a crear al último ser. Cogió tierra y la mezcló con agua hasta hacer barro. Y con ese barro modeló al primer Hombre.
- Lo haré semejante a nosotros, los dioses. Tendrá dos piernas, dos brazos y caminará erguido, no a cuatro patas. Todas las demás criaturas se pasarán el día mirando el suelo, pero el hombre contemplará las estrellas - dijo Prometeo.
Cuando hubo terminado, se sintió muy satisfecho con su obra. Pero al llegar el momento de concederle al hombre un don, ya no quedaba ninguno para él.
- Dale un rabo - dijo Epimeteo.
Pero todos los rabos ya estaban adjudicados.
- Dale una trompa - sugirió entonces Epimeteo.
Pero ya la tenía el elefante.
- Dale un espeso pelaje - se le ocurrió a Epimeteo.
Pero ya se habían empleado en otros animales todos los pelos disponibles para hacer pelajes.
- ¡Ya se lo que le voy a dar! - exclamó Prometeo.
Prometeo trepó por el cielo hasta alcanzar el ardiente carro del Sol. Y del borde de su brillante rueda robó una chispa de fuego. Era tan pequeña que pudo esconderla en una brizna de hierba. Regresó a la Tierra a toda prisa, sin que los dioses vieran lo que estaba tramando.
Pero el secreto no podía pasara inadvertido a los dioses durante mucho tiempo. Cuando Zeus volvió a contemplar la Tierra desde el monte Olimpo, vio una cosa que brillaba. Era roja y amarilla y de ella subía una columna de humo.
- Prometeo, ¿qué has hecho? - rugió Zeus -. Has dado el secreto del fuego a esos... esos... ¡hombres de barro!. ¡Primero se te ocurre hacerlos semejantes a los dioses y luego compartes con ellos nuestras cosas! ¿Qué te has creído? ¿Que primero están ellos y luego nosotros? ¡Voy a hacer que te arrepientas de haberlos creado! ¿Te vas a arrepentir hasta de haber sido creado tu!
Zeus encadenó a Prometeo a unas rocas y mandó un águila para que le comiera las entrañas todo el día. Si eso me hubiera pasado a mi o a ti, habríamos muero. Pero los dioses no mueren nunca. Prometeo sabía que no cesaría su dolor, que el águila nunca dejaría de comerle las entrañas y que sus cadenas jamás se romperían. Una inmensa desesperanza se apoderó de su corazón, causándole mucho más dolor que el águila.
Zeus estaba igualmente furioso con el Hombre por haber aceptado el don del fuego, pero no daba esa impresión. Ahora se encontraba muy ocupado preparándole otro regalo.
Con la ayuda de otros dioses, dio forma a la primera Mujer. Venus le dio la hermosura; Mercurio, la facilidad de palabra; Apolo le enseñó a tocar una música exquisita y, finalmente, Zeus colocó un velo sobre su hermosa cabeza y le puso un nombre: Pandora.
Entonces, con una sonrisa maliciosa en los labios, mandó llamar a Epimeteo, que no era lo bastante astuto como para sospechar nada.
- Aquí tienes una esposa para ti, Epimeteo - le dijo -. Es una recompensa por tu duro trabajo al crear a todos los animales. Y aquí tienes un regalo de boda para los dos. Pero, pase lo que pase, no debes abrirlo nunca.
El regalo de boda era un cofre de madera, rodeado por una banda de hierro y cerrado con un gran candado. Cuando Epimeteo llegó a su hogar, al pie del monte Olimpo, dejó el cofre en un oscuro rincón, lo tapó con una manta y se olvidó de él. Después de todo, con una esposa como Pandora, ¿qué más podía desear un hombre?
Por aquellos tiempos, el mundo era un lugar maravilloso para vivir. Nadie enfermaba ni envejecía. Epimeteo se casó con Pandora, ésta se fue a vivir a su casa y él le daba todo lo que ellas deseaba.
Pero a veces, cuando Pandora veía el cofre, le decía:
- ¡Qué regalo de boda tan extraño! ¿Porqué no podemos abrirlo?
- ¡Qué más da! Recuerda que no debemos abrirlo nunca - respondía secamente Epimeteo -. ¡Ni se te ocurra tocarlo, Pandora! ¿Te has enterado bien?
- Sí, claro, no pienso tocarlo. Sólo es un cofre. ¡Fíjate lo que me importa a mí una caja! - contestaba Pandora -. Oye, ¿qué crees que hay dentro?
- ¡Da igual! ¡Olvídate de él! - le decía Epimeteo.
Y Pandora lo intentaba. De verdad que lo intentaba. Pero un día que Epimeteo no estaba, no lograba quitárselo de la cabeza. Y no saber cómo se encontró junto al cofre. “No lo voy a abrir”, pensó. “Además, seguro que está lleno de trapos. O de cacharros. O de papeles. Bueno, seguro que contiene algo muy aburrido”.
Se puso a trajinar por la casa. Intentó leer y entonces oyó:
- ¡Déjanos salir!
- ¿Quién ha dicho eso? - preguntó Pandora.
- ¡Déjanos salir, Pandora!
Pandora se asomó por la ventana. Pero en el fondo de su corazón sabía que la voz provenía del cofre. Se acercó y retiró la manta con el
índice y el pulgar. Entonces oyó una voz mucho más fuerte que repetía implorante:
- ¡Por favor, Pandora, déjanos salir!
- No puedo. No debo - contestó Pandora, sentándose junto al cofre.
- Tienes que hacerlo, Pandora. Queremos salir. Necesitamos que nos saques - dijo la voz.
- He prometido que no lo haría - contestó, mientras sus dedos acariciaban el candado.
- Es muy fácil. La llave está en el candado-dijo la vocecita suave y convincente.
Era verdad. En el candado había una llave grande de oro. “No debo hacerlo”, repitió Pandora en su interior.
- Pero si estás deseando abrirlo, Pandora. Y además, fue tu regalo de boda, ¿no? Bueno, de acuerdo, no nos dejes salir. Sólo abre un poco y asómate tu para ver qué hay dentro. ¡Eso no puede hacer ningún daño!
El corazón de Pandora empezó a latir a toda velocidad. ¡Clic! La llave giró en la cerradura. ¡Clac, clac! Se abrieron los cerrojos. ¡Zas! La tapa se abrió violentamente y un viento gélido cargado de arena la hizo caer al suelo. El viento llenó la habitación con sus aullidos. Rasgó las cortinas y las llenó de manchas marrones. Y tras el viento vinieron unos seres viscosos, unos gruñidos, zarpas y hocicos, seguidos por criaturas tan desagradables que no se podían contemplar. Todas se deslizaban fuera del cofre.
- Yo soy la Enfermedad - dijo una.
- Yo, la Crueldad - dijo otra.
- Yo soy el Dolor y ella es la Vejez - siguió otro.
- Yo soy la Decepción y ése es el Odio - añadió otra.
- Nosotros somos los Celos y aquella es la Guerra.
- Y YO SOY LA MUERTE - se presentó una vocecita suave y convincente.
Entonces, las criaturas se escaparon por la ventanas e inmediatamente las flores se marchitaron y los frutos de los árboles se
pudrieron. El cielo se puso de un color amarillo sucio y el pueblo se llenó de lamentos.
Juntando todas sus fuerzas, Pandora cerró de golpe la tapa del cofre. Pero sólo quedaba una criatura en su interior.
- ¡No, no, Pandora! Si me dejas aquí, cometerás tu mayor error. ¡Déjame salir! - dijo una voz.
- ¡No me vais a volver a engañar! - gimió Pandora.
- Pero yo soy la ESPERANZA - susurró la vocecita -. Sin mí, el mundo no podrá soportar todas las desgracias que has dejado escapar.
Pandora levantó la tapa y salió una llama vacilante, tan pequeña como una mariposa, que revoloteó de acá para allá arrastrada por los rugientes vientos. Cuando por fin voló al exterior, salió un rayo del sol que iluminó el jardín marchito.
Prometeo, encadenado a la roca, no podía hacer nada para ayudar a los hombrecillos de barro que había creado. Se retorció y tiró con todas sus fuerzas, pero no pudo liberarse de sus cadenas. De todas partes le llegaban gritos. Ahora que esas criaturas feroces andaban libres, ya no habría más días felices ni noches de paz para los hombres y las mujeres. Serían perversos, sentirían miedo, serían avariciosos y desgraciados. Y un día les llegaría a todos la muerte y tendrían que vivir como espíritus en el frío mundo del más allá. A Prometeo se le rompía el corazón sólo de pensarlo.
De repente, por el rabillo del ojo, Prometeo divisó una llama blanca de luz y sintió que algo, tan pequeño como una mariposa, tocaba su pecho desnudo. La Esperanza se posó sobre su corazón. Entonces sintió que le volvían las fuerzas, que tenía valor otra vez. Y tuvo la certeza de que su vida no se había acabado.
“Por mal que estén la cosas hoy, quizá mañana mejoren”, pensó Prometeo. “Quizá, un día, pase alguien por aquí, se apiade de mí, rompa mis cadenas y me libere. Quizá, un día...”
El Águila intentó picotear ese hilo de luz, pero no fue lo suficientemente veloz. La Esperanza ascendió para revolotear por el mundo como una solitaria lengua de fuego.


Geraldine McCaughrean
Como no sabían que era imposible... lo hicieron!!
eriA
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Mensaje por eriA »

Jo! Plug no hay resumen? :wink:
Mira que te gusta extenderte al escribir eh jajajajaja
Si la vida te da la espalda... tócale el culo
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Inorganic
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Mensaje por Inorganic »

Pues a mí me ha gustado, pero cuando vuelva me lo leo con calma que ahora lo he ehcho en plan dosier y no me he enterado mucho.
No llueve eternamente.
promise
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Mensaje por promise »

Preciosa historia, gracias Plug
"Un dia despues de la guerra te tomare entre mis brazos y haremos el amor, si es que despues de la guerra tengo brazos y si es que aún existe el amor"<br />
<br />
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Ally
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Mensaje por Ally »

ays.. precioso, plug.

Habia oido hablar de "la caja de pandora" , pero no sabia la historia, me ha encantado...

¿que paso con prometeo? ¿quien le libero de sus cadenas?

¿todos tenemos un poquito de prometeo?, pero aun nos queda la esperanza... :wink:
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Plug
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Mensaje por Plug »

Prometeo era un hijo de Jápeto y la oceánide Clímene. Era hermano de Atlas, Epimeteo y Menecio, a los que superaba en astucia y engaños. No tenía miedo alguno a los dioses, y ridiculizó a Zeus y su poca perspicacia. Sin embargo, Esquilo afirmaba en su Prometeo encadenado que era hijo de Gea o Temis.

Prometeo fue un gran benefactor de la humanidad. Urdió un primer engaño contra Zeus al realizar el sacrificio de un gran buey que dividió a continuación en dos partes: en una de ellas puso la piel, la carne y las vísceras, que ocultó en el vientre del buey y en la otra puso los huesos pero los cubrió de apetitosa grasa. Dejó entonces elegir a Zeus la parte que comerían los dioses. Zeus eligió la capa de grasa y se llenó de cólera cuando vio que en realidad había escogido los huesos. Desde entonces los hombres queman en los sacrificios los huesos para ofrecerlos a los dioses pero la carne se la comen.

Indignado por este engaño, Zeus privó a los hombres del fuego pero Prometeo decidió robarlo así que trepó el monte Olimpo y lo cogió del carro de Helios (en la mitología posterior, Apolo) o de la forja de Hefesto y lo consiguió devolver a los hombres en el tallo de una cañaheja, que arde lentamente y resulta muy apropiado para este fin. De esta forma la humanidad pudo calentarse.

En otras versiones (notablemente, el Protágoras de Platón), Prometeo robaba las artes de Hefesto y Atenea, llevándose también el fuego porque sin él no servían para nada, y proporcionando de esta forma al hombre los medios con los que ganarse la vida.

Para vengarse por esta segunda ofensa, Zeus ordenó a Hefesto que hiciese una mujer de arcilla llamada Pandora. Zeus le infundió vida y la envió por medio de Hermes a Epimeteo , el hermano de Prometeo, junto a la jarra que contenía todas las desgracias (plagas, dolor, pobreza, crimen, etcétera) con las que Zeus quería castigar a la humanidad. Epimeteo se casó con ella a pesar de las advertencias de su hermano para que no aceptase ningún regalo de los dioses. Pandora terminaría abriendo la jarra.

Tras vengarse así de la humanidad, Zeus se vengó también de Prometeo, e hizo que le llevaran al Cáucaso, donde fue encadenado por Hefesto con la ayuda de Bía y Cratos. Zeus envió un águila (hija de los monstruos Tifón y Equidna) para que se comiera el hígado de Prometeo. Siendo éste inmortal, su hígado volvía a crecerle cada día, y el águila volvía a comérselo cada noche. Este castigo había de durar para siempre, pero Heracles pasó por el lugar de cautiverio de Prometeo de camino al jardín de las Hespérides y le liberó disparándole una flecha al águila. Esta vez no le importó a Zeus que Prometeo evitase de nuevo su castigo, al proporcionar la liberación más gloria a Heracles, que era hijo de Zeus. Prometeo fue así liberado, aunque debía llevar con él un anillo unido a un trozo de la roca a la que fue encadenado.

Agradecido, Prometeo reveló a Heracles el modo de obtener las manzanas de las Hespérides.

En otra versión sin embargo Prometeo fue liberado por Hefesto tras revelar a Zeus el destino de que si tenía un hijo con la nereida Tetis, este hijo llegaría a ser más poderoso que él.

También en otras versiones, Prometeo fue el creador de los hombres, modelándolos con barro.

Fuente: wikipedia
Como no sabían que era imposible... lo hicieron!!
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Ally
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Mensaje por Ally »

8O ¡ que horror, pobre Prometeo!, todas las noches , esa tortura... que digo yo, que te coman un higado a lo vivo, debe doler.

:x ¡ que malo era Zeus!

inconvenientes de ser inmortal... no se puede tener todo en este mundo... :wink: :wink: :wink:
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Sol
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Mensaje por Sol »

Ains que bárbaros por dió, :?
Protegedme de la sabiduría que no llora, de la filosofía que no ríe y de la grandeza que no se inclina ante los niños.
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