No sé qué me hace, por temporadas, refugiarme en los cuentos aunque sí sé qué tipo de cuentos termina embelesándome.
Supongo que a mi primera interrogante responde el transcurso del tiempo. Ha sido tanto el dedicado a leer novelas; hay tan pocas que satisfagan, en su justa medida, lo que uno quiere que, necesariamente tiene que buscar otras distracciones.
Porque la narrativa, en general, es distracción.
Uno lee a Schopenhauer o Wittgenstein con dificultad, con empeño, con detenimiento, sorpresa y acaso agotamiento; pero la narrativa, se supone, debe entretenerle.
Ahora bien, qué es entretenido resulta un tema peliagudo. Hay Pedritus en el mundo que gozan con Proust, Delicados que se empalman con Borges y alguno habrá que considere a Musil más divertido que "Ocho apellidos vascos"; puede, de hecho, haber Mados que disfruten con Ken Follet. Y ahí es donde entra eso de qué tipo de cuentos termina embelesándome.
Porque ciertas dificultades, ciertas dudas, ciertas confusiones que a lo largo de una novela extensa se pueden convertir en un agotador aburrimiento constituyen sin embargo un curioso acicate en esa especie de pastillita que es un cuento.
Decía John Cheever, ejemplo de cuentista, de escritor de short stories en la acertada terminología inglesa, que un cuento es lo que uno puede leerse en la sala de espera de un dentista; un cuento es lo que uno lee justo antes de morirse.
Tal vez por eso hay una nómina de autores a los que acudo de vez en cuando: el citado Cheever, Raymond Carver o el padre de todos, Chéjov son autores recurrentes. Me asomo a esas pastillitas y encuentro, a través de ellos, algo de mí.
Soy decididamente monótono he dicho en alguna ocasión (copiando, eso sí, a mi padre Borges) así que me atrevería a ahondar y decir que soy decididamente inquietante.
Me gustan, pues, esos mundos en los que nos aguarda una sorpresa, una inquietante sorpresa; esos mundos en los que sus personajes se mueven como en una pesadilla; algo inexplicable ocurre, o se intuye que ha ocurrido, o va a ocurrir. La sorpresa no está en un hecho concreto que se nos explique; la sorpresa está en la vida humana, en el incomprensible comportamiento humano.
Como diría, de nuevo, Borges, sencillamente no sabemos qué es eso que llamamos universo.
Algo de todo eso; ni más ni menos, tienen los cuentos, todos los cuentos de Cristina Fernández Cubas, recopilados hace ya varios años en este tomo que, ahora, leo.
